Mi verano transformador
Estos días me estoy acordando de aquel verano mío transformador. Entonces yo todavía era traductora y me pasé todo el junio y julio trabajando muchas horas y con mucha presión. No había planificado ninguna escapada para agosto porque no sabía ni si podría hacer vacaciones.
Y empezó agosto, el mes que había estado esperando todo el año, y aunque estaba de vacaciones no tenía ganas de hacer nada. Estaba agotada y sin planes. No me había quitado de encima el estado de alerta de junio y julio. Todos mis amigos estaban fuera de la ciudad, aprovechando el verano. Y a mí solo me apetecía ver la colección de pelis de Hitchcock que me había prestado mi vecino, entrar y salir de la ducha y como mucho bajar a la calle a tomar un helado por la tarde.
Me di cuenta de que aquel verano lo iba a pasar sola en Barcelona y que en nada volvería a la rutina de septiembre. Entonces hice un clic. Me apeteció sentarme en el suelo (estaba fresquito) a revisar apuntes, documentos, fotos de cuando había ido de campamentos y lo que saliera. Empecé y ya no pude parar. Como el Monstruo de Tazmania de los dibujos, recorrí toda la casa tirando “porsiacasos” y mierdas que no sé ni para qué guardaba. Al atardecer bajaba las bolsas de basura con una sonrisa y una sensación de ligereza que me pone la carne de gallina al recordarlo.
Aquello no estaba teniendo nada de fatídico o aburrido. Era liberador. Por la mañana me despertaba con energía y me ponía a despejar incluso antes de desayunar. Con los días, repasé la cocina entera, el armario de la limpieza, los libros, revistas y periódicos, mi ropa, los cajones del baño, los objetos de decoración, mi bisutería, las fotos que tenía colgadas, mis recuerdos, la ropa de casa y la de invierno. Incluso las plantas del balcón. Todo en silencio y sin música. Sin interrupciones ni obligaciones. Fue maravilloso. Y tan inesperado. Fueron varios días, como te puedes imaginar. Por la noche escribía los avances en mi diario y, claro, aprovechaba para eliminar más y más documentos y fotos que no necesitaba.
El último día, cuando ya había acabado con todo y transformado mi casa totalmente solo vaciando y vaciando, me fui a la pelu y me atreví con el pelo súper corto. Necesitaba hacer despeje también en mi cuerpo y sentirme bien peinada sin esfuerzo todo el día.
Aquella tarde, mi amiga Magda me envió un Whatsapp invitándome a Cadaqués y me apeteció muchísimo, cómo no. Me hice la bolsa en un segundo porque mi armario estaba más minimal y power que nunca. Pasamos unos días mágicos, de un relax interior auténtico y haciendo una reflexiones que creo que había tenido dormidas mucho tiempo.
Volví a Barcelona al cabo de cuatro días y, al abrir la puerta de mi casa, la calma continuó en mí. La casa sostenía esta paz y me preparaba, aunque yo aún no lo sabía, para un septiembre con tres grandes cambios maravillosos.